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Opinión - Contra la política del odio. Por Esther Palomera

¿Y ahora qué?

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en una imagen de archivo durante una entrevista en TVE.

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El anuncio de Pedro Sánchez de que seguirá en la Presidencia del Gobierno ha sido un reflejo de nuestra era del espectáculo. Durante cinco días creó suspense con su reflexión y, al comunicar este lunes su decisión final, mantuvo a la audiencia en vilo hasta el último minuto, como los presentadores de los Oscar antes de desvelar el nombre del ganador. La decisión de Sánchez ha causado una explosión de júbilo en su partido, sobre todo entre los miembros del aparato, pero en la ciudadanía hay, como no puede ser de otra manera, una variedad de opiniones sobre lo ocurrido.

Algunos progresistas eran partidarios de la dimisión del presidente por considerarla la mejor opción para reforzar el mensaje que había difundido en su “carta a ciudadanía”; un mensaje que no se limitaba a la confesión de una quiebra emocional, sino que planteaba un alegato contra en encanallamiento del clima social y político instalado en España por sectores políticos, judiciales y mediáticos de la derecha y la extrema derecha. El escenario que imaginaban era el siguiente: Sánchez se marcha envuelto en un aura de mártir, Montero se convierte en la primera mujer presidenta de Gobierno de España y el PP queda descolocado, obligado a construir una nueva estrategia de acoso en ausencia del odiado Perro Sanxe. Esta hipótesis tenía, sin embargo, un punto frágil: la posibilidad de que Montero no lograra amarrar los votos de la investidura de Sánchez. El hecho es que el presidente sigue, y sería un error sentenciar en caliente si su decisión ha sido o no acertada, ya que su eficacia solo podrá calibrarse por el rumbo que tomen los acontecimientos en las próximas semanas o meses tanto en el interior de su partido como en las coaliciones y alianzas de Gobierno y en la marcha del país en general.

Los argumentos del presidente para mantenerse en el cargo fueron, en mi opinión, superficiales, entre otros motivos porque el formato que eligió para el anuncio –una breve comparecencia sin presencia de periodistas tras un encuentro con el rey en la Zarzuela– impedía otra cosa. En cualquier caso, lo más destacable de su alocución fue el compromiso genérico de llevar a cabo la “regeneración pendiente” de la democracia. No entró en detalles, ni siquiera en la entrevista que concedió por la noche en TVE, cuando esos detalles son fundamentales para valorar el alcance de su decisión. Lo que está claro es que dicha regeneración difícilmente será creíble sin que se solucione, en primer lugar, el problema del poder judicial, secuestrado desde hace más de un lustro por el PP. El presidente ha dispuesto durante su mandato de la herramienta –la mayoría del Congreso– para salir del atolladero mediante una reforma del método de elección de los vocales. Sin embargo, no se ha atrevido a dar el paso, entre otras cosas por las advertencias de la derecha española y europea de que la maniobra sería censurada por Bruselas. Proceder ahora a una reforma de este tipo es más problemático, pues algunos podrían interpretarlo como una represalia personal de Sánchez ante la admisión a trámite de una denuncia de Manos Limpias contra su mujer, Begoña Gómez. Sin duda, era mejor haberlo hecho antes. O haberlo dejado ahora en manos de una sucesora o sucesor.

No basta con que el presidente haya justificado su continuidad en la Moncloa por el cariño de su partido y la necesidad de combatir el envilecimiento de la vida pública. El afecto de los fieles socialistas, aunque importante, solo interesa a su parroquia y era predecible, y el lodo que inunda la política no es algo nuevo, ni en España ni en otras latitudes. En la coyuntura actual, Sánchez deberá, además de profundizar en las políticas económicas y sociales progresistas –lo cual no es poca cosa ante el embate neoliberal y la creciente furia reaccionaria–, explicar sin dilaciones cuál será su estrategia para la regeneración de la vida pública y, sobre todo, qué entiende por tal regeneración más allá de ejercicios retóricos. Anoche perdió en TVE una magnifica oportunidad para despejar las dudas. Detener la tromba del PP y de Vox será imposible, más aun ahora que Sánchez ha decidido quedarse. ¿Acaso alguien piensa que la derecha y la ultraderecha harán un examen monacal de conciencia y abandonarán su campaña de acoso y derribo al Gobierno? ¿Hay otra forma de superar la captura por la derecha del poder judicial sin meter mano al BOE? Ojalá que sí, pero, ¿cuál sería? ¿Existe alguna fórmula democrática para detener los bulos y las infamias de algunos medios más allá de la denuncia de sus excesos ante los órganos competentes? Son algunos de los interrogantes que dejaron en el aire las dos intervenciones del presidente.

Por otra parte, está por ver qué acciones pondrá en marcha el PSOE como organización cuando amaine la euforia, porque lo que es obvio es que, después de lo ocurrido en la última semana, ya nada volverá a ser lo mismo ni en el partido ni en la vida política en general. ¿Dejará de ser un mero apéndice de la Moncloa y recuperará la fuerza como motor de debate progresista como lo fue en algunas épocas pasadas? ¿Cómo se produciría ese proceso de redefinición? ¿Y qué hará Sumar, que a lo largo de esta crisis ha mantenido una calculada distancia de los dilemas del presidente? ¿Marcará con más intensidad las diferencias con los socialistas para salvar su ya exiguo espacio político? En este caso, no se auguran tiempos de calma en el Ejecutivo. Lo mismo podría decirse de los aliados del Gobierno, muy en particular de Junts, que ya ha demostrado con creces su voluntad de aprovechar cualquier signo de turbulencias en el Ejecutivo para elevar el tono de sus exigencias.

Pues sí. Ya se ha desvelado el misterio de la permanencia o no de Sánchez. Pero la serie del ala oeste de la Moncloa ni mucho menos ha terminado. Más bien comienza una nueva temporada, y lo único que se puede vaticinar es que estará muy cargada de tensiones, intrigas y emociones fuertes. Lo cual no significa necesariamente que Feijóo vaya a cumplir su sueño de ser presidente con la celeridad que él desearía.

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